—“En Brasil, ser mujer negra es resistir y sobrevivir todo el tiempo”. La frase es de Marielle Franco, concejala de Río de Janeiro, feminista y afrodescendiente, brutalmente asesinada en 2018. Desde la destitución de Dilma en 2016, creció gravemente la violencia y proliferaron los discursos de odio en Brasil. ¿Qué impacto ha tenido esto sobre la democracia y el tejido social?
–Estamos viviendo una de las peores crisis de la historia republicana brasileña. La destitución de Dilma fue una forma contemporánea de golpe de Estado, basada en el lawfare. No fueron los militares los encargados de interrumpir el proceso democrático sino los jueces, los parlamentarios y los medios, con mucha simpatía de las clases medias. ¿Por qué interrumpieron la democracia que estaba comenzando a construirse en Brasil? Porque las élites brasileñas no aceptan ningún mecanismo de distribución de rentas que disminuya la desigualdad social de Brasil, que está entre las tres mayores del mundo.
Más de 30 millones de personas están pasando hambre en Brasil. La economía brasileña está cayendo. El desempleo es muy alto y el salario se ha desvalorizado. Estamos viviendo un proceso de retroceso de conquistas sociales, algunas incluso que vienen del gobierno de Getúlio Vargas. Bolsonaro está destruyendo las estructuras institucionales, ha vulgarizado y degradado todo el Estado brasileño. La violencia recrudeció: así como sucedió con Marielle Franco, muchos líderes populares, indígenas, campesinos y de movimientos sociales están siendo asesinados en Brasil. La policía aumentó de modo notable su agresividad, especialmente en las periferias de las grandes ciudades brasileñas, donde cada acción acaba con personas asesinadas. Bolsonaro está estimulando el armamento de la población y de las milicias. Vamos a tener una elección donde Lula representa la democracia y un proyecto inclusivo y popular, y Bolsonaro representa la profundización de la irracionalidad, la desigualdad y el quiebre de nuestra soberanía. Afortunadamente, hoy todas las encuestas señalan que gana Lula.
—En el último tiempo, distintos artistas, y el pueblo en general, empezaron a expresar públicamente su descontento con Bolsonaro. En el último disco de Caetano Veloso hay una canción que dice: “No voy a dejar que jodas con nuestra historia. Es mucho amor, es mucha lucha, es mucho goce, es mucho dolor y mucha gloria. No te voy a dejar porque sé cantar”. ¿Comparte esta fe en el arte y en la cultura como espacios de resistencia y reconstrucción?
–La cultura cumple un rol muy importante en este momento. Casi toda el área cultural está haciendo resistencia a Bolsonaro y apoyando a Lula. La música, el teatro, la danza, las manifestaciones tradicionales, y los pueblos indígenas se están expresando en este sentido. Hay una impaciencia del pueblo brasileño con todo lo que se está viviendo. Bolsonaro defiende abiertamente la discriminación contra los negros, los homosexuales, la desigualdad y el desprecio hacia las mujeres. Llegamos a un momento de ruptura. Por primera vez, todos comprendemos que es necesaria una afirmación de valores colectivos, de justicia social, de igualdad, de respeto al ser humano y sus derechos. Esa disputa de valores es una lucha que se da en el campo cultural.
—¿Cuál cree que será el trabajo a realizar desde el Estado, en términos de políticas culturales, para acompañar estas expresiones y reafirmar estos valores? Tomando la metáfora de Gilberto Gil de la gestión cultural como una acupuntura antropológica, ¿qué puntos del cuerpo cultural del país habrá que estimular?
–En la cultura no podés privilegiar un punto sobre otro, tenemos que trabajar el conjunto. La salud, en un concepto holístico, comprende el cuerpo humano como un sistema, en su globalidad, y la cultura es similar. La derecha quiere un país sin base cultural, sin referencias, está trabajando para un olvido de toda la riqueza y la diversidad cultural de Brasil porque sabe que ahí tiene sus raíces el deseo de libertad. La cultura brasileña nunca pudo ser domesticada, aquí el capitalismo no funcionó muy bien. Tenemos matrices culturales que persisten con mucha fuerza: las de los pueblos originarios, otras que llegaron de África, las de los portugueses. Necesitamos trabajar con esa memoria y diversidad cultural, desde los grupos contemporáneos de cultura hasta las manifestaciones tradicionales, para empoderar a la sociedad y fortalecer los vínculos y sentimientos de pertenencia. Es necesario también propiciar condiciones favorables para el desarrollo de las artes, formar un ambiente de libertad de expresión absoluta y estimular la creación. Para eso, vamos a tener que invertir en formación. En el arte de Brasil sucede lo mismo que en el fútbol: es un extractivismo permanente del talento y de la capacidad del pueblo brasileño. Por lo tanto, es importante constituir sistemas de formación y circuitos donde todos tengan posibilidad de ascenso y desarrollo de sus capacidades.
Lula sabe que precisará destinar más presupuesto para retomar con fuerza las políticas culturales que veníamos desarrollando durante sus gobiernos y abordar nuevos temas, como el acceso a internet y la cultura digital. Internet es también una herramienta cultural y comunicacional muy poderosa.
— ¿Brasil está muy lejos de ser un país en el que los pueblos originarios y los afrodescendientes tengan voz propia en el sistema político, así como está sucediendo en países como Bolivia o Colombia?
–Las comunidades indígenas de Brasil están muy activas, quieren tener una bancada que los represente en la próxima Legislatura del Congreso. Ante tantas bancadas negativas -la bancada de la bala (de los armamentistas), la del agronegocio, la de la motosierra- los indígenas están avanzando en la idea de tener la bancada do cocar, integrada por parlamentarios indígenas. Es una idea muy importante para la construcción de la pluralidad cultural y étnica. Y no quieren hablar solamente de sus intereses, ellos dicen que quieren defender las selvas, el aire, los ríos, los animales y proponer otras maneras de vivir.
Hay diferencias enormes en las estructuras sociales de países como Bolivia y Brasil, en relación a los pueblos originarios. En Brasil el exterminio de los pueblos originarios fue gigantesco. Darcy Ribeiro decía que hay algunos tipos de sociedades que emergieron de la colonización de América, fruto de un amalgamiento de matrices culturales: ese es el caso de Brasil. Aquí la complejidad social es muy grande. A esto se suma que, desde la destitución de Dilma, emergieron muchos movimientos: sociales, identitarios, emancipatorios, de sectores indígenas, LGBTIQ+, de mujeres y de poblaciones negras. La izquierda tradicional está un poco desconcertada porque hay un deslizamiento, una multiplicidad, y pareciera que cada grupo aborda únicamente sus demandas y programas particulares, pero no es así. Sus luchas amplían y fortalecen la democracia brasileña. Lula está hablando de la necesidad de comprender que Brasil cambió muchísimo con la emergencia de estas demandas y que es necesario estructurar una democracia que contenga esta complejidad, para tener un país plural.
—“La sociedad brasileña es una sociedad constituida sobre la idea de la extracción infinita de los recursos (…) La cuestión ambiental es una cuestión de sensibilidad, de visión del mundo y de comportamiento humano. Por lo tanto, es una cuestión del mundo de la cultura”. En un libro que reúne artículos y discursos suyos, editado en Argentina por RGC, encontré este fragmento y me llamó la atención que, 15 años atrás, ya estuviera hablando de la cuestión medioambiental en relación con la cultura. ¿Cree que hay un punto de equilibrio posible entre desarrollo económico, inclusión y cuidado medioambiental?
–La problemática ambiental es otra cuestión que emergió en Brasil. No hay posibilidad de mantener el modelo predatorio que vivimos desde la colonización. Están destruyendo la Amazonía y esa destrucción está cambiando el clima de todo el territorio brasileño y de los países vecinos. Hay una importante reducción de especies animales y vegetales. Brasil tiene entre el 15% y el 17% del agua potable del planeta. Esa reserva se está reduciendo por contaminación, por destrucción de los ríos y de las selvas. Ya hay regiones en Brasil que tienen desiertos, fruto de la producción de soja y el agronegocio. Este modelo nos está saliendo muy caro. La infestación con cáncer, en Brasil, está alcanzando a muchas personas, en sectores pobres y en las clases medias, porque no tiene que ver sólo con el estilo de vida: el aire, el agua, los alimentos, todo está contaminado. El agronegocio logró aprobar, durante el período de Temer y Bolsonaro, más de 200 nuevos venenos para utilizar en la agricultura brasileña, algunos que están prohibidos en el mundo entero. No es posible mantener esa usura institucional y corporativa. Es necesario revertir este modelo.
Claro que implica aspectos técnicos, científicos, pero hay una necesidad de tomar conciencia sobre este problema y que el desarrollo beneficie a todos los seres humanos, garantizando la preservación ambiental, y eso es también una cuestión cultural. Espero que Lula logre introducir la cuestión medioambiental como un paradigma central de gobierno, tan importante como la reducción de la desigualdad y la pobreza, como el respeto de la diversidad cultural. El futuro tiene que tener memoria, tiene que incorporar el conocimiento del medioambiente que tienen los pueblos originarios y sus maneras de relacionarse con el planeta. Concebir el equilibrio ambiental y la sustentabilidad como paradigmas centrales nos ayuda a profundizar la crítica, a tomar conciencia de la gravedad de la destrucción, y a no aceptar el lucro y la acumulación como razón social, como único modo de vida. Ese es el futuro hacia el que queremos caminar.
Juan Ignacio Muñoz | Página12 | Buenos Aires |Argentina
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